jueves, 26 de enero de 2017

Pablo Palacio

PABLO PALACIO
Narrador ecuatoriano cuya obra se adscribe a las vanguardias por su naturaleza absurda, grotesca e irreverente. Desconocido por su padre al nacer, y muerta su madre cuando él apenas tenía seis años, tuvo que ser educado por un tío suyo. A la edad de tres años recibió un golpe en el cráneo que le dejó una profunda cicatriz para toda la vida. Estudió en la escuela de los Hermanos Cristianos y en el colegio Bernardo Valdivieso de su ciudad natal. En 1925 se graduó en Jurisprudencia por la Universidad Central. Ejerció como profesor de Filosofía y Literatura en la misma Universidad, como subsecretario del ministerio de Educación, cuando era dirigido por Benjamín Carrión, y como subsecretario de la Asamblea Nacional Constituyente en 1938.
En 1939 comenzó a sentir ciertos trastornos mentales que pronto se declararían en locura, de forma que los últimos siete años de su vida hubo de pasarlos en una clínica psiquiátrica acompañado y cuidado por su fiel esposa, la cual se ofreció como enfermera en la misma clínica para poder sufragar los gastos del tratamiento. En política militó en el partido socialista y, junto con Jorge Reyes, Jaime Chaves y Alfonso Moscoso, fundó la revista Cartel, desde la cual se divulgaban las ideas socialistas. Pablo Palacio trabajó también como periodista, escribiendo artículos de corte filosófico y jurídico. Hoy por hoy, sin embargo, es más conocido como escritor literario. Escribió su primer cuento, El huerfanito, para unos Juegos Florales que Benjamín Carrión organizó en Loja en 1921, cuando Pablo era aún un colegial; con ese cuento ganó un premio que finalmente no recibió, porque en el momento de recibirlo se negó a arrodillarse ante la reina del Festival.
UN HOMBRE MUERTO A PUNTAPIÉS 
 "Anoche, a las doce y media próximamente, el Celador de Policía No.451, que hacía el servicio de esa zona, encontró, entre las calles Escobedo y García, a un individuo de apellido Ramírez casi en completo estado de postración. El desgraciado sangraba abundantemente por la nariz, e interrogado que fue por el señor Celador dijo haber sido víctima de una agresión de parte de unos individuos a quienes no conocía, sólo por haberles pedido un cigarrillo. El Celador invitó al agredido a que le acompañara a la Comisaría de turno con el objeto de que prestara las declaraciones necesarias para el esclarecimiento del hecho, a lo que Ramírez se negó rotundamente. Entonces, el primero, en cumplimiento de su deber, solicitó ayuda de uno de los chaufferes de la estación mas cercana de autos y condujo al herido a la Policía, donde, a pesar de las atenciones del médico, doctor Ciro Benavides, falleció después de pocas horas.
         "Esta mañana, el señor Comisario de la 6a. ha practicado las diligencias convenientes; pero no ha logrado descubrirse nada acerca de los asesinos ni de la procedencia de Ramírez. Lo único que pudo saberse, por un dato accidental, es que el difunto era vicioso.
         "Procuraremos tener a nuestros lectores al corriente de cuanto se sepa a propósito de este misterioso hecho." No decía más la crónica roja del Diario de la Tarde.
         Yo no sé en qué estado de ánimo me encontraba entonces. Lo cierto es que reí a satisfacción. ¡Un hombre muerto a puntapiés! Era lo más gracioso, lo más hilarante de cuanto para mí podía suceder. Esperé hasta el otro día en que hojeé anhelosamente el Diario, pero acerca de mi hombre no había una línea. Al siguiente tampoco. Creo que después de diez días nadie se acordaba de lo ocurrido entre Escobedo y García.
         Pero a mí llegó a obsesionarme. Me perseguía por todas partes la frase hilarante: ¡Un hombre muerto a puntapiés! Y todas las letras danzaban ante mis ojos tan alegremente que resolví al fin reconstruir la escena callejera o penetrar, por lo menos, en el misterio de por qué se mataba a un ciudadano de manera tan ridícula.
         Caramba, yo hubiera querido hacer un estudio experimental; pero he visto en los libros que tales estudios tratan sólo de investigar el cómo de las cosas; y entre mi primera idea, que era ésta, de reconstrucción, y la que averigua las razones que movieron a unos individuos a atacar a otro a puntapiés, más original y beneficiosa para la especie humana me pareció la segunda. Bueno, el por qué de las cosas dicen que es algo incumbente a la filosofía, y en verdad nunca supe que de filosófico iban a tener mis investigaciones, además de que todo lo que lleva humos de aquella palabra me anonada. Con todo, entre miedoso y desalentado, encendí mi pipa. -Esto es esencial, muy esencial.
         La primera cuestión que surge ante los que se enlodan en estos trabajitos es la del método. Esto lo saben al dedillo los estudiantes de la Universidad, los de los Normales, los de los Colegios y en general todos los que van para personas de provecho. Hay dos métodos: la deducción y la inducción (véase Aristóteles y Bacon).

ARGUMENTO 
La historia empieza con el fragmento de un diario donde se relata que un hombre había sido golpeado en las calles Escobedo y García, entonces el narrador de la obra que a la vez era un hombre indagador dedice leer el diario por la tarde y decide indagar sobre este suceso para lo cual crea un método de inducción, conforme continua el cuento este sujeto encuentra pistas, conociendo el nombre del difunto Octavio Ramírez y que los motivos del homicida fueron por acoso a un menor.

Jose de la Cuadra

JOSE DE LA CUADRA 
Escritor ecuatoriano cuyos cuentos figuran entre los más importantes de la narrativa de su país. Formó parte del Grupo de Guayaquil o Grupo de los Cinco, acaso el más significativo movimiento del siglo XX para la evolución de la prosa en Ecuador. Cursó los estudios de Derecho y fue profesor de la Universidad en su ciudad natal; ocupó un alto cargo en la administración pública (1939). Sus ideas socialistas lo inclinaron hacia una literatura de fondo social, de realismo dramático, en estilo cuidado y musicalmente vigoroso. En la narración breve se encuentran sus mejores logros, uno de ellos Banda del pueblo, incluido en su colección Horno (1932). Otros libros suyos de cuentos son Repisas (1931), El amor que dormía y Guasinton: historia de un lagarto montuvio (1938). En El amor que dormía (1930) reúne cuentos publicados ya anteriormente: el que da título al libro (1926), Madrecita falsa (1923), La vuelta de la locura e Incomprensión (1926) y El maestro de escuela (1929).
Como sus compañeros, De la Cuadra mantuvo siempre un compromiso abierto con la sociedad. Militante de la cultura popular, sus relatos intentan de diversas maneras acercarse a la "naturaleza" misma del hombre común (Guásinton, 1938). Esta búsqueda pasaría por la redacción de la novela Los Sangurimas, en 1934. La obra presenta la historia de una familia campesina costeña que vive bajo su propia lógica patriarcal de comunidad cerrada, dominada por relaciones incestuosas en medio de un clima asfixiante de violencia, que genera un lugar inestable en términos de modernidad, justicia y civilización.
AYORAS FALSOS 
 El indio Presentación Balbuca se ajustó el amarre de los calzoncillos, tercióse el poncho colorado a grandes ratas plomas, y se quedó estático, con la mirada perdida, en el umbral de la sucia tienda del abogado.
Este, desde su escritorio dijo  aún:

-Veerás, verás no más, Balbuca.
Claro de que el juez parroquial...
¡longo simoniaco!... nos ha dado la contra;  pero, ¿quiersde contra?, nosotros le apelamos.
Añadió todavía:
-No te olvidarás de las tres ayoras.
El indio Balbuca no lo atendía ya.
Masculló una despedida, escupió para adelante como las runallamas, y echó a andar por la callejuela que trepaba en cuesta empinada hasta la plaza del pueblo.
Parecía reconcentrado, y su rostro estaba ceñudo, fosco.  Pero, esto era solo un gesto. En realidad no pensaba en nada, absolutamente en nada.

De vez en vez se detenía, cansado.

Estorbaba con los dedos gordos de los pies el suelo, se metía gruesamente aire en los pulmones, y lo expelía luego con una suerte de silbido ronco, con un ¡juh! prolongado que lo dejaba exhausto hasta el babeo.  Enseguida tornaba a la marcha con pasos ligeritos, rítmicos.

Al llegar a la plaza se sentó en un poyo de piedra.  De la bolsita que pendía de su cuello, bajo el poncho, sacó un puñado de máchica y se lo metió en la boca atolondradamente.

El sabor dulcecillo llamóle la sed.

Acercóse a la fuente que en el centro de la plaza ponía su nota viva y alegre, y espantó a la recua de mulares que en ella bebía.

-¡Lado! ¡Lado! -gritó con la voz de los caminos- ¡Lado! Tomó el agua revuelta y negruzca en su mano ahuecada que le sirvió de vasija.

-¡Ujc!...

Satisfecho, se volvió al poyo de piedra.

Estúvose ahí tres horas largas, sin un movimiento que denotara aburrimiento siquiera, con los ojos fijos en sus pies descalzos, sobre los cuales revoloteaban las moscas verdinegras de alas brillantes y rumorosas.

Al fin pasó quien esperaba:  el amito Orejuela.

-Amito orejuela, ¿adelantarás tres socres? Descontará en trabajo el huambra, m´hijo Pachito, ¿querés?

El amito Orejuela -que era mayordomo de una hacienda vecina- se preciaba de saber tratar a los indios.

Discutió largamente con Balbuca.  A la postre convino en que por cuenta del patrón, le daría tres sucres pero que, en cambio, el Pachito prestaría sus servicios durante tres semanas.

-Le conozco a tu hijo.  Guagua tierno no más es. Ocho años tendrá.

Nueve estirando. ¿qué ha de hacer solito? Perderá los borregos.

Para una ayuda no más valdrá.
Llegaron a un acuerdo.  El Pachito vendría al día siguiente, de mañanita.

con todo, hubo una última dificultad.
-¿Le darás la comida, amitu? Orejuela contestó. ¿Comida? Pero, es que también había que darle de comer al huambra? ¡Elé, eso no!, iba a salir muy caro así.  Que trajera su maíz tostado y su máchica.  Bueno...

Agua sí le daría...

Balbuca, suplicó.  La choza estaba muy lejos. De traer su fiambre, como era galgón el chico, se lo tragaría en dos jornadas.

Consintió a lo largo Orejuela en darle de comer todos los días..., menos los domingos.

Se rió a carcajadas.

-Los domingos que coma misa. En la hacienda no se mantiene ociosos; el que no trabaja no come, igual que dizque ha de ser siendo en el comonismo.  Y como es mando santo que los días feriados se han de guardar... Tú sabes que el patrón es curuchupa.
Balbuca aceptó, y se cerró el trato.

-Trai, pues la platita.

Orejuela manifestó que antes había de suscribir un documento.

-Hay que asegurarse. El chico es minor edad, y tú has de darlo representando como su padre... Las leies son unas fregadas.

Fuéronse en busca del teniente político, que despachaba en el traspatio de una casa de  vecindad, en un sucucho oscuro y hediondo.

Formalizóse el contrato. Como el indio Balbuca no sabía ni escribir, puso, en lugar de firma, una cruz patoja.

En el documento había algunas variantes, introducidas por el funcionario a una seña de complicidad que le hiciera Orejuela. Lo que Balbuca declaraba haber recibido, era diez sucres, y comprometía el trabajo personal de  su hijo por dos meses llenos.

Orejuela pagó en tres moneditas blancas que Presentación guardó celosamente en la bolsita de fiambre.

-A mano. No olvidarás mandar mañana misu al huambra.

Lo proetió Balbuca, y salió a la calle.
Enfiló por la cuesta, de bajada.
Cuando estuvo frente a la tienda del abogado, hizo alto.
-Amitu doctor, -llamó desde afuera-. Te traigo los tres socres.
Mostróse el doctor a la puerta y extendió una mano ávida y temblorosa que hubiérase confundido con la de un mendigo.

Explicó:
-Con estos tres sucres se completan los cinco que son para las estampillas que hay que ponerle al expediente cuando vaya en la apelación.

Apretó entre los dedos las monedas que se encarrujaron blandas.
El amito doctor se agitó iracundo:
-De plomo son. Falsas como tu misa madre.

Estaba el abogado soberbio de indignación. Tiró las monedas al rostro del indio.
-Me has querido engañar, runa hijo de mula. A mí, a mí... ¡a un letrado!
Balbuca silencioso, recogió el dinerillo.

Trepó de nuevo la cuesta hasta la plaza.  Buscó a Orejuela. Lo encontró en una barraca, sentado a la mesa, bebiendo chicha con el teniente político.

-Amitu Orejuela, no valen -le dijo, depositando sobre la mesa las monedas-. Amitu doctor las vio.

Orejuela irguióse, violento.

¿Cómo? ¿Qué era lo que decía el desgraciado este? ¿Qu él, Felipe neri orejuela, le había dado monedas falsas? ¿Eso decía? ¿Le imputaba la comisión de un delito? Y ahí delante de la autoridad... Y la autoridad, ¿no haría algo para hacerse respetar y hacer respetar a un libre ciudadano ecuatoriano vejado por un indio miserable?

¡Qué horror! ¡Y a qué extremo de corrupción se ha llegado en este país perdido!

Babuca escuchó sin chistar el latoso discurso de Orejuela.  Cuando éste concluyó, dijo sencillamente:

-Si no cambias, no mandaré huambra.

Entonces, llenas sin duda las medidas, intervino la autoridad. Pasaban dos longos cargadores, y los conminó el teniente político:

¡Llévenlo preso a este arrastrado!
Los longos obedecieron, medrosos.
Volviéndose a Balbuca, el teniente político agregó:

-Estarás detenido hasta que llegue tu hijo.  El contrato es sagrado y hay que cumplirlo.

Balbuca forcejeaba débilmente entre los brazos de sus apresadores.

Tenía los ojos muy abiertos, las pupilas dilatadas, y se mordía los labios. Algo ininteligible murmuró en su lengua quichua. Después calló y se dejó hacer.

Orejuela intervino con aire compasivo. Se ofreció. Él mismo enviaría un propio a la choza de Balbuca para que viniera el hijo lo más pronto posible. No estaría mucho tiemnpo privado de su libertad el indio.  Él -Orejuela- no era hombre de alma perversa que gustaba de ver sufrir a los demás, aun cuando se tratara de estos mitayos alzados que rompen todos los frenos sociales.

...En efecto, a la alborada del día siguiente llegó el huambra Pachito, con sus ocho años fatigados y su carita sudorosa, cuyos pómulos, tostados y enrojecidos por el frío de los páramos, daban la impresión engañosa de que por dentro le circulaba sangre robusta...
Presentación salió de la cárcel, y no quiso ver a su hijo.  Abandonó el pueblo, tomando la ruta de su choza lejana.

Cuando pasó por frente a la puerta de la hacienda del patrón de Orejuela, tomó una piedra pequeña, se cercioró de que nadie lo veía y la lanzó contra la tapia, rabiosamente.

Sonó seco el golpe.  Un trozo de revoque de cal y arena, se desprendió.
El indio sonrió sin expresión, vagamente, estúpidamente...

De inmediato, miró para todos lados, jugando sus azorados ojillos relucientes, y escondió presuroso, bajo  el poncho colorado a grandes rayas plomas, la mano.

ARGUMENTO
Parecía reconcentrado, y su rostro estaba ceñudo, fosco. Pero, esto era sólo un gesto. En realidad, no pensaba en nada, absolutamente en nada.
De vez en cuando se detenía, cansado.
Escarbaba con los dedos gordos de los pies el suelo, se metía gruesamente aire en los pulmones, y lo expelía luego con una suerte de silbido ronco, con un ¡juh! prolongado que lo dejaba exhausto hasta el babeo. Enseguida tornaba a la marcha con pasos ligeritos, rítmicos.

Joaquin Gallegos Lara

JOAQUIN GALLEGOS LARA 
Nació en Guayaquil en medio de una familia pobre. Escribió también parcialmente otras dos novelas que han permanecido inéditas: Los guandos y La bruja hasta 1982 en que Nela Martínez quien fuera compañera del autor, completó y publicó la novela "Los Guandos" que fue publicada por la Editorial El Conejo en Ecuador. "La bruja" sigue esperando ser publicada. Junto con sus compañeros del "Grupo de Guayaquil", Gallegos Lara transformó la narrativa ecuatoriana y proyectó la literatura del Ecuador al mundo por medio de estampas tremendas de violencia verbal y física; además fue característica la reproducción fonética del habla montuvia. Los cuentos de Gallegos Lara combinan trágicamente una violencia inocente y premoderna con la fatalidad de una especie humana que se busca a tientas. De entre sus cuentos cabe destacar: "El guaraguao" y "Era la mama".
Era una especie de hombre. Huraño, solo: con una escopeta de cargar por laboca un guaraguao.
Un guaraguao de roja cresta, pico férreo, cuello aguarico, grandes uñas y plumaje negro. Del porte de un pavo chico.
EL GUARAGUAO
Un guaraguao es, naturalmente, un capitán de gallinazos. Es el que huele de más lejos la podredumbre de las bestias muertas para dirigir el enjambre.
Pero este guaraguao iba volando alrededor o posado en el cañón de te escopeta de nuestra especie de hombre.
Cazaban garzas. El hombre las tiraba y el guaraguao volaba y desde media poza las traía en las garras como un gerifalte.
Iban solamente a comprar pólvora y municiones a los pueblos. Y a vender las plumas conseguidas. Allá le decían "Chancho-rengo".
-Ej er diablo er muy pícaro pero siace er Chancho-rengo...
Cuando reunía siquiera dos libras de plumas se las iba a vender a los chinos dueños de pulperías.
Ellos le daban quince o veinte sucres por lo que valía lo menos cien.
Chancho-rengo lo sabía. Pero le daba pereza disputar. Además no necesitaba mucho para su vida. Vestía andrajos. Vagaba en el monte.
Era un negro de finas facciones y labios sonrientes que hablaban poco.
Suponíase que había venido de Esmeraldas. Al preguntarle sobre el guaraguao decía:
-Lo recogí de puro fregao... Luei criao donde chiquito, er nombre ej Arfonso.
-¿Por qué Arfonso?
-Porque así me nació ponesle.
Una vez trajo al pueblo cuatro libras de plumas en vez de dos. Los chinos le dieron cincuenta sucres.
Los Sánchez lo vieron entrar con tanta pluma que supusieron que sacaría lo menos doscientos.
Los Sánchez eran dos hermanos. Medio peones de Un rico, medio sus esbirros y "guardaespaldas".
Y cuando gastados ya diez de los cincuenta sucres, Chancho-rengo se iba a su monte, lo acecharon.
Era oscuro. Con la escopeta al hombro y en ella parado el guaraguao, caminaba.
No tuvo tiempo de defenderse. Ni de gritar. Los machetes cayeron sobre él de todos lados. Saltó por un lado la escopeta y con ella el guaraguao.
Los asesinos se agacharon sobre el caído. Reían suavemente. Cogieron el fajo de billetes que creían copioso.
De pronto. Serafín, el mayor de los hermanos, chilló:
- ¡Ayayay! ¡Ñaño, me ha picao una lechuza! Pedro, el otro, sintió el aleteo casi en la cara. Algo alado estaba allí. En la sombra. Algo que defendía al muerto.
Tuvieron miedo. Huyeron.
Toda la noche estuvo Chancho-rengo arrojado en la hojarasca. No estaba muerto: se moría.
Nada iguala la crueldad de lo ciego y el machete meneado ciegamente le dejó un mechoncillo de hilachas de vida.
El frío de la madrugada. Una cosa pesaba en su pecho. Movió casi no podía la mano. Tocó algo áspero y entreabrió los ojos.
El alba floreaba de violetas los huecos del follaje que hacía encima un techo.
Le parecía un cuarto. El cuarto de un velorio. Con raras cortinas azules y negras.
Lo que tenía en el pecho era el guaraguao.
-Aja eres vos, ¿Arfonso? No... No... me comas... un... hijo... no... muesde... ar...padre... loj...otros...
El día acabó de llegar. Cantaron los gallos de monte. Un vuelo de chocotas muy bajo: muchísimas. Otro de chiques, más alto.
Una banda de micos de rama en rama cruzó chillando.
Un gallinazo pasó arribísima.
Debía haber visto.
Empezó a trazar amplios círculos en su vuelo. Apareció otro y comenzó la ronda negra.
Vinieron más. Como moscas. Cerraron los círculos. Cayeron en loopings.
Iniciaron la bajada de la hoja seca. Estaban alegres y lo tenían seguro.
¿Se retardarían cazando nubes?
Uno se posó tímido en la hierba, a poca distancia.
El hombre es temible aún después de muerto.
Grave como un obispo, tendió su cabeza morada. Y vio al guaraguao.
Lo tomaría por un avanzado. Se halló más seguro y adelantóse. Vinieron más y se aproximaron aleteando. Bullicio de los preparativos del banquete.
Y pasó algo extraño.
El guaraguao como gallo en su gallinero atacó, espoleó, atropello. Resentidos se separaron, volando a medias, todos los gallinazos. A cierta distancia parecieron conferenciar: ¡qué egoísta! ¡Lo quería para él sólo!
Encendía la mañana. Todos los intentos fueron rechazados. Un chorro verde de loros pasó metiendo bulla. Los gallinazos volaron cobardemente más lejos.
Al medio día la sangre del cadáver estaba cubierta de moscas y apestaba.
Las heridas, la boca, los ojos, amoratados.
El olor incitaba el apetito de los viudos. Vino otro guaraguao. Alfonso, el de Chancho-rengo, lo esperó, cuadrándose. Sin ring. Sin cancha. No eran ni boxeadores ni gallos. Encarnizadamente pelearon.
Alfonso perdió el ojo derecho pero mató a su enemigo de un espolazo en el cráneo. Y prosiguió espantando a sus congéneres.
Volvió la noche a sentarse sobre la sabana.
Fue así como...Ocho días más tarde encontraron el cadáver de Chancho-rengo. Podrido y con un guaraguao terriblemente flaco -hueso y pluma- muerto a su lado.
Estaba comido de gusanos y dé hormigas no tenía la huella de un solo picotaz
ARGUMENTO 
Era una especie de hombre. Huraño, solo. No solo: con una escopeta de cargar por la boca y un guaraguao. Un

Demetrio Aguilera Malta

DEMETRIO AGUILERA MALTA 
Escritor ecuatoriano. Demetrio Aguilera pasó su infancia en San Ignacio, una isla del Golfo de Guayaquil; se presume que allí descubrió al "cholo", personaje recurrente de su escritura. Tenía 21 años cuando, junto con J. Gallegos Lara y E. Gil Gilbert, publicó el volumen de relatos Los que se van (1930), considerado el primer texto moderno de la literatura de Ecuador. Desde muy joven militó en el partido comunista y ejerció como corresponsal periodístico; en calidad de tal presenció los conflictos del canal de Panamá y la Guerra Civil Española (1936-1939), en la que apoyó abiertamente al bando republicano. Viajero infatigable, residió en México desde 1958.
La que es quizá su más importante novela, Don Goyo (1933), narra la vida, muerte y sucesiva mitificación del trabajador escindido entre la tradición y la modernidad. Esta narración plantea no sólo el conflicto del hombre y la naturaleza; ilustra también los que se derivan del enfrentamiento del hombre con las exigencia de la sociedad, en consonancia con los parámetros ideológicos del grupo de Guayaquil, que había fundado con J. Gallegos Lara y E. Gil Gilbert. Novela de formación, en ella se vislumbran temas contemporáneos que cuestionan principios de desarrollo, tradición y nacionalidad. Su mayor logro consiste quizás en su reivindicación de los imaginarios mestizos, que le han valido ser considerado el más claro antecedente del realismo mágico latinoamericano.
EL CHOLO QUE ODIA LA PLATA 
¿Sabés vos Banchón?
¿Qué don Guayamabe?
Los blancos son unos desgraciados.
De verdá…
Hei trabajado como un macho siempre. Mei Jodío, como naide en estas islas. I nunca hei tenido medio.
Tenés razón.
I no me importaría eso ¿sabés vos? Lo que me calienta es que todito se lo llevan los blancos. ¡Los blancos desgraciaos…!
Tenés razón.
¿Vos te acordás?… Yo tenía mis canoas i mis hachas… I hasta una balandra… Vivía feliz con mi mujer y mi hija Chaba…
Claro, tei conocío dende tiempisísimo…
Pues bien. Los blancos me quitaron todo. I –no contentos con esto– se me han tirao a mi mujer…
Sí, de verdá. Tenés razón… Los blancos son unos desgraciaos…
Hablaban sobre un mangle gateado, que clavaba cientos de raíces en el lodo prieto de la orilla. Miraban el horizonte. Los dos eran cholos. Ambos fuertes i pequeños. Idéntico barro había modelado sus cuerpos hermosos y fornidos…
Banchón trabajó. Banchón reunió dinero. Banchón puso una cantina. Banchón –envenenando a su propia gente– se hizo rico. Banchón tuvo islas y balandras. Mujeres y canoas…
Compañeros de antaño, peones suyos fueron. Humillolos. Roboles. Los estiró como redes de carne, para acumular lisas de plata en el estero negro de su ambición…
Y un día…
–¿Sabe usted don Guayamabe? Don Banchón se está comiendo a la Chaba, su hija. La lleva pa er Posudo… Creo que la muchacha no quería… Pero ér le ha dicho que si no lo botaba a usted como un perro…
Y otro día…
–¿Sabe usted don Guayamabe? Aquí le manda don Banchón estos veinte sucres. Dice que se largue. Que usté yastá mui viejo. Que ya no sirve pa naa… ¡I que ér no tiene por qué mantener a naide!…
Ajá. Ta bien…
Meditó.
No eran malos los blancos. No eran malos los cholos. Él lo había visto: Banchón. Su compadre Banchón, lo bía ayudao antes. Se bía portado, como naide con él…
Pero…
La plata. ¡La mardita plata! se le enroscó en el corazón, tal que una equis rabo de hueso.
¡Ah la plata!
Y después de meditar se decidió… Para que Banchón –su viejo amigo– no lo botara más nunca. Para que Banchón se casara con su hija. Para que Banchón fuera bueno…
Le prendió fuego a sus canoas y balandras. A sus casas y sus redes.
Y cuando en Guayaquil –ante un poco de gente que le hablaba de cosas que no entendía– le pidieron que se explicara balbuceó:
La plata esgracia a los hombres…
 ARGUMENTO
Se trata de dos cholos, Banchón y Guayamabe los cuales eran amigos pero por culpa de la ambición y el dinero perdieron su valiosa amistad el dinero tiene sus ventajas y desventajas pero hay un punto en que el dinero se acaba cuando por culpa de una ambición se puede perder amigos familiares tener dinero es algo muy peligroso y te trae muchos peligros como perder a tu familia   


Generación del 30

GENERACIÓN DEL 30 
En el Ecuador en las primeras décadas del siglo XX casi en paralelo con el resto de latinoamerica y bastante después al realismo europeo apareció un grupo de jóvenes escritores que formaron lo que un dominio la generación del treinta representantes del realismo social ecuatoriano en donde los protagonistas y el lenguaje de las narraciones pertenecen al pueblo los escenarios en los que se desarrollan sus historias son lugares cercanos a los lectores las estrechas calles de Quito los campos y pueblos costeños los ríos lagunas y caseríos de pesca las haciendas o latifundios serranos etc  
SE CARACTERIZO POR:
  1. Incorporar en la narrativa al hombre diario y su tierra.
  2. Se buscó definir, el sentido nacional de la cultura.
  3. Esta búsqueda de  una identidad se tradujo en un acercamiento a la condición humana del montubio, el cholo, el indio, el obrero.
  4. Estos personajes representan a grupos humanos.
  5. La literatura quiere denunciar, protestar y reclamar por la explotación y la injusticiaLos escritores del treinta, se rebelaron contra el lenguaje heredado de la tradición literaria española.
La generación del treinta se desarrollo en varios lugares del pais Jose de la Cuadra, Alfredo Pareja Diezcanseco, Joaquin Gallegos Lara, Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert constituyeron el llamado ''Grupo de Guayaquil'' o ''Cinco como un puño'' también en la costa, Esmeraldas, Adalbersalen Ortiz en la sierra con tematicas similares sobre salen Pablo Palacio, Jorge Icaza, Fernando Chavez, Manuel Muñoz Cueva, Angel F. Rojas, Alfonso Cuesta entre otros.
Un espíritu unificador en las propuestas narrativas de la generación de escritores de los años 30, resulta una tarea ardua por la cantidad de crítica y comentarios que vuelven ambigua esta categorización de principios y de ideales propios de una literatura menor como la ecuatoriana. El propio Jorge Icaza, en su ensayo, “Relato, espíritu unificador, en la generación del año 30”, reclama la falta de compromiso de los estudiosos e intelectuales ecuatorianos, “acostumbrados al comentario y al estudio de valores individuales y aislados en la historia de la literatura ecuatoriana, quienes no lograron, captar e interpretar a su debido tiempo y en su justa perspectiva el carácter unificador, en actitud y espíritu”, asociado a los grandes temas, como la forma mestiza, la emoción telúrica y los contornos de la personalidad hispanoamericana